Humberstone

Léon Spilliaert (1881-1946)Route vers la mer à Groenendijk

humberstone

Una novela de Mónica Bustos (Primeras páginas)

«Pronto lo olvidarás todo, pronto serás olvidado.

Piensa siempre que pronto no serás nadie y no estarás en ningún lugar».

 

Marco Aurelio


 

Dulce sombra abandonada en el corazón de Humberstone, aparición desolada y sedienta que todavía no conoce mi nombre, erguida detrás de tu propia puerta de Ishtar, perdoná las penumbras de la civilización y llevame contigo a esa mesa para cuatro, dejame escribir en la máquina del cuarto oscuro sobre los horrores de los pueblos habitados y las desentonadas canciones de sus habitantes con cuerdas vocales de piedra o sobre los petroglifos que vi en un asteroide. Poeta, ven a casa, tu risa te espera.

Niña perdida en el éxodo del desierto al otro lado de los Andes, vine a buscarte con una pluma, no conozco el idioma del vacío y esto es lo más cercano. Mostrame al dueño de tu alma, le traje un libro para que me lo cambie. El único libro que también los fantasmas pueden leer.

La última vez que tomé tu mano estábamos en este mismo lugar y todavía parece que ambos seguimos aquí. Te subo sobre los hombros y corremos como si alguien nos persiguiera, y la verdad es que algo nos persigue, nos quiere alcanzar, tu mano se hace más pequeña y resbaladiza. Le grito que se aleje, le arrojo piedras, nada le hace daño. No es como nosotros. Es peor. Es eterno. El vacío que dejaste es una punzada interminable que creo que se extenderá por el resto de mi vida. Tal vez, más allá.

—Oiga, a esta hora ya no se admiten visitantes —me dice el vigilante del pueblo.

—Lo sé. Solo estoy mirando porque se perdió mi hija —le digo—…en 1969.

Él no dice «lo siento» como otros a los que les conté lo mismo, pero a lo mejor él no es como los demás.

El que dice que aquí nunca llueve no cuenta la sangre. Cuando cae la noche en este desierto se puede escuchar el reclamo de los que vienen a recoger la suya, los espíritus de los caídos de la guerra pueden ser confundidos con peregrinos de la procesión de la Virgen del Carmen de La Tirana, vienen sin aliento pero igual se los sienten en la nuca. Más allá todavía arden los esclavos masa-crados y por aquí crujen los huesos de los que no importaron. Pero no escucho tu voz.

En este lugar donde parece que el tiempo se detuvo hay una puerta a otra dimensión, está en la carnicería, aunque cuando estuve ahí no alcancé a ver nada. Cuentan que algunos entraron y nunca más salieron y otros salieron y nunca más entraron, como la deidad que se sintió cómoda con los pies sobre la tierra. Creo que mi niña se habrá escurrido entre los callejones, no le interesó la sala de teatro y por eso fue a jugar a la carnicería. No creo que las voces de las que hablan provengan de un espectro vestido de carnicero, creo que es el sonido lejano de otro mundo que nos llega como el eco de un vaso con dados y que cada uno lo interpreta a su manera, algunos escuchan voces en los ruidos de la carnicería, de la misma manera en que los psicóticos podrían asegurar que escuchan una orden de Dios en el sonido del motor de un auto encendido.

Mi último recurso es creer que todavía existen más lugares en los que no he buscado.

Quiero ver los cuerpos de los tres músicos escoceses a los que vine a buscar en 1969, de preferencia verlos andando, cada uno tocando su instrumento, pasando de largo sin pedir ayuda, con la misma ropa que hace quince años, con barbas y melenas largas y enredadas, la piel quemada, arrugada, tal vez uno de ellos con una barra de hierro atravesada bajo las costillas y adaptada a su anatomía de la forma más natural, como si fuera un miembro más.

Quiero mi gran historia, por la que vine en 1969, la de los cuerpos de los músicos desaparecidos, con el pueblo fantasma y su puerta a otra dimensión. O la versión con los indígenas caníbales que viven en cavernas bajo el mar, con el robo de los cuerpos, con el sobreviviente que no siente las piernas pero es totalmente consciente de todo lo que sucede a su alrededor y con esa expresión de horror al ser sumergido en el Pacífico.

—Todavía vienen —añadió uno de los trabajadores del observatorio que conocí en Atacama, sus compañeros asentían.

Me extrañó que no dijeran: Existen. Reaccionaron de forma indiferente ante lo extraño, como quien se acostumbra a vivir con restos de fuselaje entre las costillas, lo extraño permaneció por tanto tiempo incrustado en sus mentes, que los demás conceptos se adaptaron a su presencia y cicatrizaron alrededor. Mi interrogatorio los incomodó, vi un inicio de fastidio en sus rostros, en la curva y turbulencia de sus labios, como si no supieran nada más pero quisieran saberlo todo y que de hacerles una pregunta más yo habría podido desmoronar sus carcasas y descubrir que eran unos impostores, no unos trabajadores de observatorio, sino espías comunistas o anfibios de Marte.

¿Pero no es ese el comportamiento de cualquiera que ha visto algo que no aparece en la enciclopedia? Yo quería algo así en mi vida, ser parte de algo que no fuera científicamente comprobado, levantar las manos y agitarlas arriba gritando aleluya cada vez que el imaginario colectivo expandiera las posibilidades del mundo sensible.


Léon Spilliaert (1881-1946) Paysage nocturne, poteau de signalisation

Humberstone es un pueblo fantasma en el desierto de Atacama, fue una oficina salitrera que funcionó entre 1934 y 1960.

La novela se ubica en este pueblo en el que se despliegan personajes inspirados en leyendas locales y fantasías extrañas que emergen de los delirios de un escritor que busca a una niña en el desierto.